Sepa Vuestra Merced, antes de nada, que
a mí me llaman “El preparado”, aunque mi nombre completo es Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de
Borbón y Grecia, y soy hijo de Juan Carlos I de España y Sofía de Grecia y
Dinamarca y vivimos en el “humilde”
palacete de la Zarzuela.
Y como vuestra merced
me ha pedido que le cuente el caso por extenso me pareció contarlo desde el
principio para que así tenga cumplido relato de mi persona y así vea cuán
difícil es representar el país en la situación que se haya, y más difícil aun
hacerlo bajo la fiscalizadora y exhaustiva mirada, con que los ciudadanos de a
pie, ven a mi desestructurada familia.
Cuando era un niño de
tan solo trece años, de madrugada, mi padre sufrió la primera de todas las
cuantiosas adversidades que nos han acontecido, el golpe de estado.
Mi padre, también
conocido como “El campechano”, estuvo exiliado, pero tiempo después consiguió
lo que ardientemente ansiaba; el trono.
No se libra habladurías y chismorreos, que viene dados al evidente
matrimonio de interés y conveniencia que sostiene con mi madre. Como decía mi
amigo Sabina, con quien compartí más de un almuerzo; tardó en aprender a
quererla 19 días y 500 noches”. Debido a ello perspicaces periodistas no
tardaron en revelar la enigmática e intrincada relación con una ciudadana de
nacionalidad alemana, Corinna zu Sayn-Wittgenstein. Fueron también muy nombrados sus copiosos
viajes de caza a Botsuana, no siempre con un final agradable, pues en uno de
ellos con la cabeza gacha, tras “pasar por el taller”, tuvo que pedir compasión
a los españoles, alegando que no volvería a suceder. Debido a los achaques de la
edad decidió dejar el trono y pasarme a mí
el testigo. Ahora que goza de dudoso aforamiento, y con una hija ilegítima
reclamando su hacienda, solo nos queda esperar que las cosas de palacio vayan
despacio.
Tan despacio como el retrato de Antonio López. Pues en estos
veinte años de duro trabajo del pintor, a nuestra familia le ha dado tiempo casarse y divorciarse, como a mi hermana Elena
y al desdichado de mi cuñado Marichalar,
que habiendo conseguido lo que precisaba; fama y fortuna, decidió dar por
zanjado cualquier asunto amoroso.
Algo distinto le acaeció a mi hermana Cristina y su todavía
marido Iñaki Urdangarin. Visto que el balonmano no satisfacía todos sus
menesteres, decidió pasarse al mundo de las finanzas (aunque lo de lo que
realmente tiene vocación, a mi forma de ver, es de político corrupto) arrastrando
a él, a mi “ingenua” hermanita. Pronto llegó el lujo, la buena vida y los
gastos familiares, fue entonces cuando la avaricia rompió el saco. Imputado,
embargado, pero aún así enamorado. Mi padre se las vio y se las deseo para
conseguir que no imputaran también a mi hermana.
Que le voy a contar de mi madre, Vuestra Merced, si madre no
hay más que una. Tras todas las penurias de afecto de mi padre y como buena madre
ya me advirtió de los riesgos de casarme con la republicana periodista. Y es
que aun que me desagrade decirlo mi madre estaba en lo cierto. Dicen que el
amor es ciego y sordo y eso me paso a mí. El amor que yo sentía hacia ella me
impedía ver que no era mutuo. Tardé en darme cuenta, pero ya era tarde para
otro escándalo en la familia así que mientras complazca sus deseos de
vestimenta, belleza y operaciones de estética, no se verán inmiscuidas su ética
e ideología política.
Este ha sido mi duro y sonado caso. Ha dado para innumerables
habladurías y chismorreos, aireados en tertulias y debates de poca monta, en
los cuales con poco juicio y desatino se “interesaban” en mi ardua vida.
Cuando consiga acabar mi reinado, un solo consejo
proporcionaré a mi hija: “Procura ser buena y que Dios te guíe. Válete por ti
misma”.
Y así es como la vida me pagó y de aquí en adelante lo que me
sucediere avisaré a Vuestra Merced.
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